Los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetir su historia.
En ese sentido resulta interesante ejercitar la memoria e insistir las veces que sea necesario en la revisión del pasado para construir un futuro alternativo al que se vislumbra en la actualidad.
Por ello es necesario insistir otra vez:
Hace 31 años se instalaba en Argentina la dictadura más brutal de su historia. La aplicación sistemática de la persecución, la tortura y el asesinato por parte del Estado dejó un escalofriante saldo de treinta mil compatriotas desaparecidos y asesinados, en su mayoría jóvenes, que experimentaron en sus cuerpos una crueldad y ensañamiento metódico y sistemático.
Semejante exterminio ha provocado hondas heridas en la sociedad y sólo halla explicación en el proyecto político, económico y social que se instauró en aquel momento y que continuó aún después de la dictadura.
Los gobiernos que siguieron al proceso militar no han hecho nada para resarcir el terrible daño causado y, menos aún, para consolidar una democracia real, por el contrario, han profundizado el modelo neoliberal instaurado a partir de 1976, momento en el que los militares resultaron la mano de obra criminal de intereses que aún permanecen en el escenario actual.
A 31 años no se ha podido revertir la secuela de destrucción del patrimonio nacional que comenzó con el desmantelamiento de las empresas públicas para su posterior privatización. Ni la des-industrialización del país que tuvo como prólogo la apertura indiscriminada de las importaciones. Tampoco se ha dispuesto la investigación de la fraudulenta deuda externa que constituye el saldo económico que recae en forma de miseria sobre las generaciones actuales y que fuera descubierta una vez restablecida la democracia formal. Ni que hablar del juicio a los militares y demás responsables, una deuda pendiente que lleva más de dos décadas y que no ha tenido la misma celeridad con la que el gobierno nacional instrumentó la destitución de la Corte Suprema menemista.
Para los humanistas los derechos humanos tienen hoy más vigencia que nunca y su lucha se reaviva en cada nueva violación al destino del hombre. El homenaje, la conmemoración y el mea culpa oficial son justos, pero tan o más justo es enderezar el rumbo hacia el futuro que soñó aquella generación que ofrendó sus mejores vidas y éste, no es un camino que puedan trazar los poderes actuales, sino el espíritu revolucionario que clarea en el horizonte de los nuevos actores sociales.
Ojalá que las viejas luchas metabolizadas en efemérides no nos hagan olvidar el presente y el futuro.
Ojalá las viejas tragedias nos ayuden a comprender que la lucha contra la violencia es la lucha por la no-violencia.
No hablamos de pacifismo sino de la repugnancia profunda, visceral a toda forma de violencia.
Ojalá que las futuras efemérides y los feriados que se consagren no sean para guardar luto sino para celebrar la victoria de nuestras mejores aspiraciones como sociedad.
Etiquetas: 24 de Marzo, Argentina, Derechos Humanos